Esta es la verdadera vida de un
viajero, de transporte en transporte para llegar a casa. El mismo
trayecto de siempre. Nada nuevo, aunque siempre resulte maravilloso,
casi como si lo viera todo por primera vez ya sea por las vistas, la
temperatura o el propio ánimo.
Creo que aquí,
en la vida del autobús, la carretera y los cambiantes viajeros
desconocidos es donde más inspiración y más magia hallo a lo largo
de un día normal. Quizás sea porque dentro de estas cuatro paredes
móviles no parece haber tiempo ni destino. Nada ha de tener fin.
Observo a la gente que, en cada
ocasión, me acompaña en el viaje. Su ropa, sus peinados, sus caras,
los gestos que hacen. Oigo sus voces, sus risas, cómo hablan entre
ellos o por teléfono, los objetos que portan… Mirándolos a todos
y a nada en particular. Y me pregunto hacia dónde irán y por qué,
si los volveré a ver algún día futuro y no necesariamente en el
mismo autobús que la primera vez. Me pregunto si los reconocería.
Algunos rostros me serán familiares,
otros peculiares, su música, cómo corren para no perder el ritmo de
sus vidas… En fin, llevo desde los 15 años prácticamente sobre
este hogar con ruedas. He visto (casi) de todo; lugares, personas,
historias… Pero esta vida no es gratuita. Para poder valorar
realmente este ecosistema hay que pagar un precio que te aseguro,
merecerá la pena pagar sólo por poder estar aquí, vivos,
dirigiéndonos hacia no se sabe dónde. ¿Qué mejor destino que ese?
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