Que nada es
para siempre, que el tiempo siempre pasará, y que la vida tiene la
capacidad para sorprendernos en cualquier momento, son cosas que ya
sabíamos perfectamente tú y yo. Y, aun sabiéndolo, aun teniendo
claro que era una locura seguir luchando contracorriente y que apenas
nada, por no decir nada, estaba de nuestro lado, seguimos hacia
delante.
Cada día
me pregunto lo mismo desde hace ya bastantes años. ¿Por qué? Por
qué vivir lo vivido, quién decidió que esas historias formarían
parte de nuestro carácter y por qué, cansados y desencantados como
estamos, continuamos aquí. Yo escribiendo esto, y tú leyéndolo.
Qué motivos tenemos hoy para sonreír, y por qué preferimos eso a
llorar. Por qué no somos débiles si a eso nos ha ido acostumbrando
el devenir de las cosas. Sería la justificación perfecta, y tendría
sentido y lógica.
Sin
embargo, si tan parecidos somos, entonces no me equivocaré si digo
que ciertamente, hemos sido conscientes de la vía fácil que
teníamos siendo víctimas de un pasado cruel. Teníamos la solución
más sencilla, y la más acorde a la sociedad de intereses en la que
nos movemos. ¿Por qué no coger ese camino entonces? Porque,
afortunadamente, donde hubo una caída, también hallamos una
lección. Aprendimos a cómo no se debe caer, a no cometer los mismos
errores. Hicimos fuertes nuestras rodillas y manos de tanto golpear
el suelo con ellas. Pero, además, nuestra mente y nuestro sistema de
principios se vio fortalecido casi por obligación. De no haber sido
así, ¿qué habría sido de nosotros? ¿Habríamos acabado siendo
marionetas, presas, o relegados en este mundo? Quién sabe.
No
proseguiré este texto diciéndote los típicos consejos de rigor que
ambos dos sabemos perfectamente. No hablaré más del pasado que lo
justamente necesario para hacerte ver lo mucho que te admiro, y
también lo mucho que me reflejo en tus ojos con cada palabra que
dices. No te diré cuán especial resulta compartir una rutina junto
a alguien que, no sólo se ha sentado frente a mí y ha escuchado mi
historia, sino que como respuesta a dicha historia me ha contado la
suya como queriendo decirme “Te entiendo. Mira, esto es lo que soy.
¿Lo ves? ¿Me ves?”. No hace falta porque creo, que ya lo he
hecho.