Hoy hace una semana que se creara
quizás el lazo más especial de toda mi vida. La unión de dos
ideologías, dos corazones latiendo en uno solo. Al final, tomé la
decisión y creedme, fue una de las más acertadas de mi vida.
Él había sido desde mis más tiernos
principios un referente, un ídolo, un ejemplo a seguir. No sólo por
su música, sino también por la fuerza de su espíritu, de sus
convicciones. Y soñaba con poder llegar a ser como él algún día.
Entender lo que sentía y por qué sonreía siempre a pesar de todo
lo malo que pudiera pasarle. Era increíble. Pero, desgraciadamente,
hará tres años que aquel sueño paró en seco. Al principio, no
supe cómo sentirme. Pensar que había desaparecido y que no había
tenido la oportunidad de preguntarle tantas cosas que siempre me
habían llamado la atención de él... Era algo que yo no podía
entender. Conforme pasó el tiempo, esa confusión se tornó dolor.
Un dolor profundo nunca antes conocido por mí. Lloré (y lloro)
porque, para mí, aquel hombre había significado más que un mito
musical. Y le quería aun sin conocerle. Son esas cosas que pasan sin
explicación muy pocas veces en la vida, supongo.
Tras darle muchas vueltas a qué podría
hacer para rendirle mi pequeño homenaje, la idea llegó a mí como
una ráfaga. Algo se encendió en mi corazón y hallé la respuesta.
Y, por una vez en mi vida, no permití que el miedo me impidiera
realizar una meta porque en esta ocasión sabía que, haciéndolo,
cumpliría en parte mi gran sueño de estar más cerca de él.
Sé que casi nadie podrá comprender
realmente lo que yo siento por él como para haberlo hecho
finalmente. No es algo fácil de explicar ni para mí que tanto y
tanto adoro expresarme mediante la escritura. Va más allá, mucho
más. Más adentro del alma, más arraigado a mí que las raíces en
la tierra.
Me tatué su firma en el costado bien
grande, con orgullo. Así, me permito ser su guía, sus ojos, y su
vida ahora que ya no está.
Va por ti, Gran Michael.