sábado, 8 de noviembre de 2014

LOS GUERREROS SON DE ACERO.


Viejo amigo, llegó la hora de la despedida. Supongo que las cosas son así, y todo son simples ciclos que van abriéndose y cerrándose con el tiempo, pero aún así, duele. Tú me viste crecer y a mí me toca ahora verte morir. Una muerte injusta y prematura aunque, amigo, tú ya no tendrás más tiempo para averiguarlo.

Dicen que sois todo hierro y engranajes nada más. Simples máquinas transportadoras, sin alma, sin sentimientos, pero en mi mente tu voz resuena pidiendo justicia y, sorprendentemente, dándonos las gracias por la vida que te dimos. Una vida larga y eficiente pero con un abrupto e inesperado final.

Mi gran guerrero, mi fiera y destello con ruedas del color de la noche profunda, ¿recuerdas cómo cortabas el viento, cómo rugías en mitad de la tormenta y aguardabas, día tras día, sin queja ni debilidad, tu destino?

Cobijaste a tu fiel amigo, tu compañero, mi padre, e incluso diste tu vida por la suya, así de noble eras. Le protegiste en ese segundo en el que todo se iba a decidir y decidiste darle tu oportunidad a él. Y él, hoy, llora más que nunca tu ausencia. Os valorásteis en la soledad de aquellos líderes caídos, aquellos orgullos heridos y os abrazásteis como si no existiera nadie más a vuestro alrededor. Hicisteis kilómetros, etapas, alegrías y tristezas fundidos el uno con el otro, juntos siempre y juntos ante todo.

Y yo, recuerdo cuán impactada me quedé la primera vez que te tuve ante mí. Me sentía muy pequeña enfrente tuya, y muy segura dentro de ti. Tu belleza, la majestuosidad de tu porte, tu elegancia, lo fácil que te resultaba ser imponente, era todo como un espejismo de respeto y admiración. Y supe, desde aquella primera ronda de reconocimiento cuando yo apenas tendría 10 años, que te quería. Era una locura, pero era un sentimiento que jamás había sentido por ninguno como tú y por ello, quizás fuiste diferente para mí.

Yo estaba allí, ¿recuerdas? La primera vez que te pusiste en marcha, cuando entrenaste tus ruedas, cuando rugiste por primera vez. Y ahora estoy aquí, pensando que tu alma -aquella que nadie cree que tuvieras salvo yo- vale mucho más que muchas humanas, así lo has demostrado.

Tuviste tus errores, tus fallos y achaques pero siempre supiste sobreponerte estoicamente a todos ellos con la firmeza que sólo un héroe tiene. Pero esta fue tu última cruzada así que ahora, amigo, descansa en paz. Es tu momento, el momento de brillar por última vez, de dar un último y largo suspiro en forma de último viaje. De gruñir de satisfacción y de apagarte para siempre. Un momento merecido aunque precipitado para todos.

Mientras escribo estas líneas mis lágrimas brotan sin parar, no puedo evitarlo. Ya tan sólo me quedan tus encendedores, rescoldos de aquella fuerza y aquel fuego del que un día, hace no mucho tiempo, hiciste gala. De lo único que me arrepentiré siempre es de no haberte podido decir ADIÓS, con un beso a escondidas y una pasada con mi mano sobre tu azul oscuro capó. Y, aunque pueda ser un poco tarde, ADIÓS, MI QUERIDO Y YA ETERNO PARA SIEMPRE “AUDI A6”.