sábado, 3 de marzo de 2012

Apprentice's Lessons.

Como en todo oficio, llega un punto en la trayectoria profesional de una persona en la cual decide dar por zanjado todo, puesto que ya no hay más montaña que subir, ni más metas que coronar. Lo que era posible alcanzar se alcanzó, así que llega el momento de ceder el puesto a aquellos que, tras de uno, encauzan su camino hacia la misma cima en la cual se estuvo un día.

Siempre se tenderá a comparar la actuación de uno mismo con aquellos que están en proceso de formación. Siempre diremos que fuimos mejores, y olvidamos que nosotros también caímos y fallamos en incontables ocasiones a lo largo del trayecto, y quizás por eso hayamos terminado convirtiéndonos en leyendas. ¿Quién sabe si esos, por ahora aprendices, algún día lleguen a ser igual o incluso más inolvidables e irreemplazables que nosotros?

Les cuento esto y sé que muchos pensarán “¿Cuántos años debe tener esta chica para atreverse a meterle mano a un tema como la jubilación?”. Tengo 20 años, si es eso lo que desean saber. El por qué les hablo hoy de algo así es porque el término “jubilar” para mí no sólo tiene connotaciones profesionales reales, es decir, que ocurren en el mundo laboral. Personalmente yo también siento que he estado desempeñando un puesto de trabajo a lo largo de mis todavía escasos 20 años. He sido, y sigo siendo, aprendiz de la vida. Pupila de la felicidad, de la realización personal. Para mí aún me queda mucho que aprender para llegar algún día a ser verdaderamente como deseo ser. Pero también considero que, a diferencia de muchas otras personas de mi edad, yo he tenido una misión. Era tan sencilla y llana como servir de guía, por llamarlo de alguna forma no tan “seria” a lo que he venido aportando hasta el momento, de toda aquella gente que por diversos motivos se hubieran quedado en un estado de standby en su vida, y no supieran cómo avanzar.

Muchas personas me han preguntado por qué no tenía amigos, por qué no me interesaba conservarlos, por qué no reunía a un grupo de muchachos y muchachas de mi edad con los que salir de aquí para allá sin rumbo ni finalidad fija. A todos ellos si están leyendo esto, o si llegaran algún día a hacerlo, hoy es vuestro día de suerte. Me explico:

Un maestro puede trabar amistad con sus alumnos, pero tarde o temprano surgen las trabas. No son niveles semejantes, aparecen las diferencias en cuanto a personalidad, mentalidad y objetivos. Reír en compañía está bien, charlar de cientos de cosas durante un tiempo, pero no se ha de olvidar que el maestro está ahí para enseñar, y el alumno para empaparse de dichas lecciones. ESE es el cometido principal. Lo demás puede darse también, pero no está planeado, ni es obligatorio.

Conmigo sucede algo parecido. Lo único que diferencia a un verdadero maestro de mí es que él cobra, recibe algún tipo de remuneración por sus clases magistrales y yo no. Yo las doy por “amor al arte” que se dice. He hallado mi peculiar vocación de tanta investigación acerca de los sucesos que me han ido ocurriendo, las cosas que he ido descubriendo por mí misma y las que he ido sacando de viejos libros, información de muy diversas fuentes y demás. Mi misión es enseñar, por lo tanto no puedo considerar “amistades” a casi ninguno de mis alumnos porque, al final, ellos pasarán de nivel, madurarán, acabarán su formación y volarán. Siempre hay excepciones, también he de reconocerlo al igual que digo todo lo anterior. En muy contadas ocasiones se puede dar con alguien lo realmente interesante y con el suficiente potencial como para seguir manteniendo esa amistad aun después de que ya no necesite aprender nada más de mí.

Mas remontándome al inicio de este escrito, llevo ya tiempo madurando la opción de “jubilarme”. He ayudado a mucha gente, y ese orgullo me llena por completo, pero a veces pienso que, tal vez, me haya descuidado demasiado con el tiempo, y apenas sé qué necesito, qué quiero ni a lo que puedo aspirar en un futuro. Ellos no van a regresar porque para un maestro ante todo está su dignidad, su integridad, y por muy bien que haya guiado a sus pupilos, nunca verá a ninguno de ellos lo suficientemente preparado como para enfrentarse a una empresa de ese calibre. Así pues ahora he de preguntarme...¿Qué harás, pequeña Caza Palabras?