sábado, 2 de noviembre de 2013

Burning Me.

Sentada delante del ordenador. Mirando sin mirar. Estando pero sin estar. Solamente quería salir esa noche o más que quererlo, lo necesitaba. De manera desordenada y frenética comencé a vestirme con las primeras prendas de ropa que caían de mi caótico armario. No importaba si un calcetín era de un color diferente al otro, si me ataba los cordones de las zapatillas o si había cogido el móvil. Tan sólo sé que cogí las llaves, el paquete de tabaco con el mechero dentro y salí.

Vagué por las frías y mal iluminadas calles de aquella pequeña ciudad. Paso tras paso, sentía mi alma mucho más pesada y mis pies mucho más cansados. Decidí entonces sentarme en un banco de algún parque infantil de tantos que me iba cruzando por el camino, creyendo, esperando, que aquella sensación de mediocridad y vacío que me atenazaban el pecho se esfumaran en aquel entorno repleto de inocencia.

El banco de metal estaba cubierto con una fina capa de humedad que se había estado acumulando y enfriando con el paso de las horas nocturnas. Aquello, en contacto con mi piel bajo los vaqueros, lo sentía más doloroso y punzante de lo que creía. Y de repente, me pareció perfecto.

Me senté y crucé las piernas una con la otra. Froté mis manos para entrar en algún tipo de falso calor momentáneo sabiendo que, como era habitual, mis manos jamás se calentarían. Tampoco la punta de mi nariz o mis pies. Mas necesitaba aquel contacto humano aunque se tratara de mí misma, aunque estuviera sola en aquel parque. Aunque tan sólo fuera una muchacha temblando en un parque a altas horas de la madrugada.

Con resignación cogí el primer cigarrillo y tras jugar varias veces con la piedra del mechero, le prendí fuego a mi señal de socorro. Sentaba bien aquello de estar de regreso, de sentarme cara a cara con aquella que había sido yo cuando todo me afectaba mucho menos. Aquel humo atravesándome como solo la muerte, la soledad y uno mismo pueden hacer. Sí, más adictiva autodestrucción. Ese sabor amargo, esa quemazón tan agradable del humo bajando por la garganta. Ese olor en los dedos a rutina, a dolor, a desilusión tras cada calada. Joder, así es como las personas solitarias aprenden a sobrevivir al frío. Así es como se sobrevive a las miradas perdidas.

Y me pregunto una y otra vez qué sentido tiene continuar aquí. Por qué había seguido y seguido en la vida como si tuviera un propósito, un lugar. Como pretendiendo decir que me merezco algo así. ¿Habría alguien más en algún lugar del mundo sentado en un banco de algún parque como yo, sintiéndose morir debajo de gruesas capas de ropa, fumándose un cigarro que al mismo tiempo que sabía a gloria, condenaba un paso más su alma? ¿Habría alguien que se sintiera así en ese mismo momento? Vagando entre la indiferencia y el desinterés. Ni esperanzado ni desesperado, tan sólo a la deriva. Egoístamente quise pensar que sí por el simple motivo de que quería evitar a toda costa tirarme a los brazos de la soledad, como era costumbre en mí.

Lloraba. Me di cuenta cuando una leve brisa movió mi ya de por sí alborotado pelo y se posó, como otra puñalada más de aquel curioso escenario de un drama, en mis mejillas. Sí, aquel emponzoñado beso que me devolvió a la realidad. A mi debilidad, a mis demonios. Supuse que era hora de volver a mi vida o a lo que yo me había hecho creer que lo era. Me levanté del banco de manera torpe y me dirigí calle abajo con semblante pensativo mientras, tras de mí, tirado en aquel suelo de aquel parque, aquel cigarrillo que se encontraba al borde de la muerte se preguntaba si sería el único que estaría así de perdido en alguna parte del mundo.

miércoles, 23 de octubre de 2013

De garras y huellas.



Supongo que no seré la primera ni la última persona que lo pensará. Sí, seguramente sea algo que continúe pasando por toda la historia del ser humano. Aquello de cuando alguien realmente merece la pena y consigue llegar de manera certera, única y profunda a las personas, el hacerse obligatorio de manera implícita para el mundo materializar esa huella.

Sin embargo, cómo hacerlo. ¿Qué es lo mejor? ¿Cómo hacerle mejor justicia a esa persona? Pues hemos de ser capaces de otorgarle larga vida a su historia, y esa historia ha de ser lo más real y verdadera posible.

Pues bien, hoy os voy a contar una historia de esas. De huellas, de una persona sencilla que pasó de ser muy pequeña, a ser tremendamente grande en la vida. Al menos en la mía.

Siempre había querido pensar que yo era una persona dotada con un sexto sentido. El devenir de las cosas así me lo había hecho creer, mas tras una larga (muy larga) temporada sumida en mi infierno y en mis cavilaciones, empezaba a dudar seriamente de todo aquello positivo de mí que había estado dando por hecho hasta el momento.

Aquello, por desgracia, parecía ser una etapa duradera así que empecé a darme por vencida y a asumir con resignación que ese sería mi día a día a saber por cuánto tiempo. Y aquí es donde apareció Ella. 

De la nada, aquel corto relato había despertado mi curiosidad, mas no algo exagerado si no de manera leve aunque acentuada. Hice alarde de aquella falsa simpatía que me había forjado para no dar a entender lo evidente, y quise hacerle ver mi sorpresa e interés casi de manera automática. Después de todo, parecía que todavía bombeaba algo más que sangre dentro de mí.

Pero más tarde descubriría el por qué me dirigí a ella, por qué tuve ese irrefrenable deseo de acercarme a su persona, aun cuando no la conocía ni sabía ni siquiera qué me aguardaba tras aquel críptico nombre. Por qué no me importó el riesgo que podía correr en esta ocasión. 

Retazos, trozos, pinceladas, piezas de un rompecabezas me caían de vez en cuando, como un grifo entrecerrado, como un día que no sabe si llover o llorar. Yo miraba esos pedazos y sentía que había un por qué para todos ellos pero todavía no alcanzaba a saber cuál. De repente, me encontré pensado con demasiada frecuencia qué significaría todo aquello de ella que ahora tenía entre mis manos. ¿Quién era ella? ¿Qué estaba haciendo yo allí? ¿Y ella?

Ante la oscuridad que albergaba, el frío que me calaba los huesos y la imposibilidad de ver en ella, opté por actuar en base a cómo me gustaría que vieran las personas en mi eterna noche interior. Mediante la intuición y la improvisación. A veces pensaba que andaba en círculos, otras que retrocedía, otras me desesperaba, y otras creía que iba por el buen camino. Jamás sabré cuántos errores cometí realmente en ese trayecto, pero tras un relativo corto período, llegué a una puerta levemente iluminada por una vela cuyo fuego apenas titilaba sobre el quicio. Y me volví a preguntar qué hacía yo allí. A mis espaldas, todavía ocultos en la oscuridad, escuchaba voces de gente perdida que pedía auxilio. 

Mas a pesar de aquel escalofrío que me creaba aquella situación, me sentía orgullosa de haber llegado tan lejos. Había tenido miedo pero no permití que eso nublara mi todavía inexplicable deseo –cada vez más determinante– de llegar hasta el final del misterio que la rodeaba.

Casi sin darme cuenta, aquello me estaba alejando de mi tristeza. Tenía otros objetivos en mente, empecé a formarme impresiones y sobre todo, empezaron a surgir sentimientos más allá de la autodestrucción. Y sin percatarme también había empezado de nuevo a sonreír.

A partir de ese momento y casi como si hubiera estado la respuesta siempre delante de mis ojos, mi mundo dio un vuelco. Aun temerosa de dar más de lo necesario y recelosa de mostrarle algo más que las apariencias de mi interior a las personas, con ella sucedió que sentí como si siempre hubiera estado ahí, en mi vida, en silencio pero en presencia. Sentía que cada palabra que a partir de ese instante me dijese significaría otro paso más hacia quién sabe qué estadio increíble en la vida. Y tenía mucha curiosidad, ilusión y ganas por verlo, así que me quedé. Ahí fue cuando decidí finalmente quedarme con ella.

Sinceramente, sigo sin saber de dónde salió aquella chica tan dispuesta en su ignorancia a golpearme de todas las maneras posibles. Pero hay algo que sí sé y es que bastó un golpe suyo en forma de palabras para hacerme sangrar todo aquello que me merecía. 

Ella. Todavía no hablé de ella pues me guardaba lo mejor para el final. Muchos han hablado y escrito sobre ella. Cómo es, quién es, qué siente, por qué… Pero me pregunto si alguno de ellos realmente llegó a saber a ciencia cierta las respuestas a sus interrogantes. Seguramente no.

Sin embargo, me aventuraré en esta ocasión yo también a decir, a escribir, a dejar constancia de lo que de ella me impactó. No será la misma persona dos días seguidos. Ni siquiera volverá a ser la misma persona alguna otra vez más en la vida. Todos los caminos, por más contradictorios que parezcan, para ella son correctos, tienen sentido y estará en todos a la vez. Si le cortas, no sangrará, pero si la rozas con un único dedo por el brazo, será tuya. Si la quieres, se desvanecerá. No pretendas poseerla jamás pues ella dice ser como el fuego pero es un fuego que va y viene como el viento y que nunca se consume. No pretendas nada de ella y así quizás puedas asumir el hecho de que nunca tomó posición de hogar ni raíces en ningún lugar, y así como vino se marchará. Más que en la lógica, con ella mira la vida como si fueras un ciego. No te guíes por lo que te diga, si no por lo que sospeches que te está queriendo decir.

Se vale de una belleza evidente que la rodea por los cuatro costados y que cada cual focaliza en un punto. Y te atraviesa sin que te puedas dar cuenta hasta que ya la tienes clavada en la mitad que queda entre cabeza y corazón. En los ojos. En ese punto, sabe, sabes que harías lo que fuera por ella. Pero ella jamás querrá que hagas nada.

Debilidad. Sí, quizás eso sea lo que simboliza ese remolino de rizos negros para mí. Un punto débil, donde si pretendes golpear y golpeas, de seguro caeré. Un punto que, por ello, protegeré casi más que a mí misma aun a riesgo de perecer yo antes que ella. Al menos no perecería débil. Al menos no perecería ella.

En fin, qué más decir. Yo también formé parte de esas personas que pasaron de desconocerla a amarla sin obtener jamás una respuesta lógica a todo ello. Ella es de otro planeta. Mas, seamos justos, sé que ella no querría que escribiera esto sin, quizás, darle el toque final a esta historia.
En este caso el cuento dio un giro inesperado tanto para el cazador como para el cazado. No había un malo, tampoco un bueno. No había reglas, ni objetivos, ni metas. Al mismo tiempo que yo me debatía entre sus tinieblas, ella había empezado también su aventura por las mías. ¿Por qué? Eso es algo que con ella, como es habitual, nunca se sabrá. Y por preservar la magia que compartimos, así prefiero que siga siendo.

sábado, 14 de septiembre de 2013

El final de las carreteras.

Esta entrada iba a ser bien distinta al principio. Sí, pensaba hablar de algo tan increíble como la belleza de las mujeres pero al final entendí que no era el momento. No ahora, desde luego. En su lugar, un pensamiento, una idea que se remonta en mi vida y en mi historia desde el comienzo. Un deseo que, si bien parece serio o triste que alguien lo piense -y más con tanta determinación como yo- es inevitable al fin y al cabo. La muerte. El cambio es abismal como decía.

Cuando uno vive la vida de manera tan intensa como a veces pienso que la he vivido yo, el desgaste a todos los niveles es tal que es como si hubieras vivido el doble de lo que en realidad has vivido. Y te planteas hasta dónde estarás dispuesto a llegar, o hasta dónde -mejor dicho- te dejará la vida llegar a ese ritmo que te has marcado. El final todos lo sabemos y está claro pero, ¿y lo demás?

Nunca he visto la muerte como algo triste, o algo a lo que debiera temer. Al menos no la mía. La he imaginado, planeado, buscado, escrito, cantado, y recreado tantas veces en mi mente que se ha convertido en parte de mi planteamiento de rutina cotidiana. Y muchas veces, tantas como pensar en la muerte, enlazo esa reflexión con la suposición de si realmente estaré de más en este mundo. Como un fallecimiento pospuesto, como alguien que se salva a diario de perecer sin necesidad de estar expuesto a un peligro.

En mi escritorio se amontonan en diversos lugares textos de toda clase, formato y expresión. Diciendo adiós, legando mis pocas cosas materiales a aquellas personas que, en ese momento, yo considerara imprescindibles, buscando culpables, justificando mis deseos de desaparecer. En fin. Textos que se han ido sucediendo, han ido madurando con los años pero que en definitiva vienen a decir en voz alta aquello que, no puedo negar, me ha atraído siempre de la vida. La muerte.

No temo ni mi corazón siente pena, aflicción, dolor o remordimientos acerca de lo que me dejaría aquí. Todo ciclo acaba y todos hemos de despedirnos alguna vez en nuestra existencia. A eso le llaman “ley de vida”. A mí me transmite más la sensación de decidir algo grande por una vez, ser libre, descansar en una soledad eterna de aquello que tan intensamente aquí he podido vivir. Y sí, pagaría el precio de ser recordada por cobardía, pues es cierto aquello de que aquellos que quieran verte con el prisma de la negatividad no dudarán en buscar y en encontrar excusas para que así sea, mientras que los que deseen recordarte como realmente eras, sin velos ni juicios sesgados que lo empañen, se ceñirán a todo lo que dejaste en vida para no pasar a la historia en la muerte, sin pena ni gloria.

Sé que no sería alguien cobarde si me fuera porque nadie, y eso es algo que he aprendido en esta corta vida que llevo aquí, es digno ni quién para juzgar el por qué de tus decisiones, sean las que sean. Yo me veo como alguien demasiado fuerte, débil, valiente y desprotegida a partes iguales y eso es lo que soy y seré. No hay más.

En fin, para quienes me conozcan esto no saldrá de lo habitual en mis conversaciones. En ocasiones mis pensamientos son tan intensos que consiguen traspasar la barrera que los separan del mundo exterior. Sus manifestaciones, en cambio, son diversas. Cicatrices, lágrimas, pedir un abrazo, abrazar un peluche, etc. Demasiadas. Y eso sí duele. Morir no, pero tener los suficientes motivos para hacerlo, eso sí.

No sé realmente cuál será mi fin, pero sé que tendré el mío. Unos sueñan con cuentos de hadas, el mío pretendo que sea diferente por una vez. 


domingo, 25 de agosto de 2013

Ellos. Nosotros. Todos.

Humanos. Siempre pensando que lo que ellos piensan es lo único que merece ser escuchado. Creyendo que, por encima de todo, son ellos y no otros los que tienen razón y que por consiguiente no necesitan lecciones, más bien darlas a los demás. Humanos. Tan conscientes de su propia inconsciencia que resulta hasta enfermizo. Pidiendo un respeto que nunca fue suyo, y un reconocimiento digno de héroes y que muy probablemente jamás en sus vidas puedan llegar a saborear siquiera. Sin méritos no hay éxito pero en fin. Humanos.

Pensando en voz alta todos y todos mirando mal al resto por pensar en voz alta. Destruyendo lo que otros crean pero exigiendo que sus creaciones sean intocables. Humanos. Amando y hundiendo a otros humanos, al mismo tiempo o por separado. Siendo políticamente correctos y sin saber qué es lo que significa. Humanos. Matando la vida y generando vida. Tapando la luz y creando luz artificial. Provocando enfermedades y vendiendo vacunas. No todo es dinero, no todo es puro lucro. No. El dinero no corrompe, el amor no encadena, la tristeza no hunde. Tan sólo son excusas para desviar la atención del hecho de que, desgraciada o afortunadamente, somos humanos.

Humanos. Débiles y fuertes. Avanzados y primitivos. Libres pero cautivos. Tan interesantes como interesados, complejos de mente y simples de proceder. Iguales pero únicos. Humanos. Una guerra desde el inicio de los tiempos de intereses, juicios, falsedad y provocación.

Lengua más larga que tiempo de espera para reflexionar. Ojos más ciegos que la razón al negar la evidencia de la mentira. Aman a los músicos, aman su música y por amor los terminan matando. Tienes ídolos a los que admiran y que condenan cuando otros dejan de admirarlos. Creen en dioses para salvar sus almas pero luego dicen no creer en ningún dios, ni dicen tener alma. A eso le llaman “karma”. No saben de política, no les gusta la política, no entienden de economía pero de hablar y dejarse manipular siempre hay tiempo. Les gusta vestirse llamativos pero luego no toleran que nadie lo resalte, ni siquiera que se fije en ello. Dicen no sentirse completos con las cosas materiales pero a veces parece que les falta tiempo para llenarla de cachivaches. Recalcan una y otra vez los errores de los demás pero luego los repiten ellos mismos una y otra y otra vez. Buscan ayuda que no desean, tienen sexo con quien no desean, insultan, maltratan a aquellos que no les importa. Menosprecian el talento que no les afecta, sobrevaloran unas capacidades propias que no tienen. Hunden unas vidas que les son indiferentes por diversión pero no disfrutan haciéndolo ni lográndolo. Se sacrifican por una felicidad ajena que no saborearán. Se jactan de unos éxitos que no lograrán, de unas derrotas que no fueron tales, de un sufrimiento muchas veces desmesurado. Y otras veces callan injusticias mayores, no lloran pérdidas importantes, no luchan por aquello que consideran valioso tan sólo se limitan a quejarse ante esa pérdida. Humanos.

Podría escribirse lo que nunca se ha escrito hablando de las contradicciones humanas de tan interesantes y complejas que son pero los humanos no leerían esos libros. Humanos.

martes, 11 de junio de 2013

Autocrítica Introspectiva.

De todo se sale. Lo que duele se va olvidando, lo que nos marca se vuelve huella dentro nuestra porque así automáticamente actúa nuestro inconsciente. Pero todo pasa. Uno no deja de crecer en ese trayecto, tampoco de aprender. Nos proclamamos diferentes por cada paso que damos en una dirección contraria a los demás y por ello somos únicos.

Porque al fin y al cabo esta vida que vivimos son etapas. Etapas tan necesarias como imprevisibles que han de tener un inicio y un fin para abrir el cerrojo a la siguiente. Y quedarse quieto en una de ellas sería un tremendo error porque solamente tenemos una oportunidad para experimentar esto que llaman “vida” y si se malgasta ese tiempo en compadecerse de uno mismo y ser infeliz, en fin, ¿qué sentido tendría seguir?

Algún día sé que me arrepentiré de haber sido como he sido en algunos momentos. De no haber aprovechado más mi infancia y juventud. De no haber hecho más locuras o haber metido más veces la pata por ello. De haber llorado tanto y reído tan poco. Y si algo tengo claro es que cuando llegue el momento de formar una familia, lo primero que les diré a mis hijos será que no desperdicien el tiempo en sufrir porque por el mismo precio podrían ser felices.

¿Qué remedio tengo? Soy una pesimista que se empeña en ser optimista. Me repito las cosas una y otra vez, me doy ánimos a mí misma repitiéndome precisamente estas palabras que ahora escribo. En ocasiones surten efecto y, como ahora, el tirón dura. Otras vuelvo a mi pequeña cárcel interior a preguntarme qué estaré haciendo mal y así sucesivamente.

Pero de todo se sale, ¿no? Al menos eso es lo que siempre pasa.

jueves, 30 de mayo de 2013

Entretiempos.

A veces me despisto. Se marcha el tren y tengo que esperar al siguiente. Eso ha dejado de importarme porque he empezado a darme cuenta de que es algo que no puedo cambiar de mí. Me enfrasco tanto en mi mundo y en mi rutina que apenas sé si realmente está pasando el tiempo. Pero cada día me siento mayor. Eso es algo inevitable puesto que mi mecanismo de tanto trabajar antes se ha oxidado.

Me adapto casi diariamente a los cambios que con los que de bruces me choco. Ya ni siquiera me paro a analizarlos. Ya no tengo ese interés pues sé que por mucho que me esfuerce, actualmente escapan de mis límites de conocimiento y lógica.

Por otro lado, no sé cuáles han sido mis errores pero eso es otra cosa que poco o nada me importa a estas alturas. En ocasiones pienso que, quizás, fueron los mismos repetidos con muchas personas. Quizás muchas personas que quisieron tropezarse con esos mismos errores míos. De todas formas las disculpas son como las lágrimas. Cuantas menos y más contadas, más reservas para el mañana. Para cuando valgan.

Donde unos ven tinta yo veo sólo cenizas. Recuerdos de una época pasada, ahora tan ajada, cuyos recuerdos todavía duelen pero han dejado de existir. Días fríos sin niebla, soles que no calientan. Historias de bar demasiado vívidas y reales, abrazos furtivos como prostitutas de esquina, unas palabras de ánimo que tardan en llegar mientras se hace vida.

¿Qué más da? Quien ha pecado, lo volverá a hacer. No aprenderá mas no por ello dejará de mejorar porque todo, dicen, es mejorable. Seas como seas o quien seas, siempre serás el mejor en lo que eres. Para bien o para mal pero eso es otra historia. Justo las que no cuentan en los libros, como las notas a pie de página. ¿Quién se fija en ellas? Son las que realmente aclaran ese mal trago pero le quitan emoción a la escena. Y no queremos cuentos sin gracia.

Mi mejor y peor decisión fue convertirme en aquello que habría admirado en mi niñez. Ser aquel tipo de persona protectora que en esos momentos yo no conocía y que necesitaba. Pero me olvido de que aquella niña a la busco defender hoy soy yo. Aquella niña indefensa y tan débil luchó por ser alguien que pudiera serle de ayuda a alguien indefenso y débil. Y en ese mismo trayecto se protegió a sí misma. Consiguió su meta. Porque por mucho que hubiera sufrido, demostró cuán fuerte puede llegar a ser una persona si persigue un objetivo.

Defectos. Algo tan personal e inherente al ser humano como una huella dactilar. Juzgarlos es igual de absurdo que ensalzarlos. Acepta que están ahí y no hagas más preguntas. Búscale el lado romántico o el lado inhumano, pero no busques su cambio. Porque a fin de cuentas ese es el toque genuino el ser humano.

El sentido carece de sí mismo hoy y aquí. Eso es algo que él y yo sabemos bien. 

martes, 30 de abril de 2013

Far away.


Todos hemos sido, somos y seremos soñadores a lo largo de toda nuestra vida. Algunos de nuestros sueños tomarán forma en la infancia, otros surgirán a lo largo del camino pero nunca cesarán de aparecer, de asaltarnos, de hacernos sonreír con su recuerdo. Nuestros sueños son otra manera de exteriorizar nuestros valores, nuestras expectativas para el mañana. Somos nosotros en forma de ilusión y metas.

Pero todo ello hemos de tener presente que tiene un precio. Un esfuerzo y un sacrificio se esconden detrás de cada pequeña semilla que en nuestra ilusión guardamos. Esto no debe parecernos una cuesta hacia arriba, tan sólo un largo paseo. Ir disponiendo con nuestras acciones todo lo necesario para que el viaje sea mucho más sencillo de recorrer el día que decidamos comenzarlo, eso es lo que toca ahora mismo.

Muchas voces te dirán que lo que sueñas no es para ti independientemente de lo que sea. Te intentarán convencer de que no naciste para triunfar, que sólo queda conformarse, que está escrito. Pero todo lo escrito se puede tachar, las normas están para que existan las excepciones, y quienes no apoyan tus inquietudes es porque hace tiempo alguien tampoco apoyó las suyas. No los juzgues pues si no conocieron otra cosa. Por ello, cumpliendo lo que anhelas, les haces justicia. Me parece un buen trato.

Poco más. Doy por inaugurado de esta manera mi regreso.  

sábado, 9 de marzo de 2013

Tengo algo que contarte.


Descubre tu camino y no pares hasta encontrarlo. Si te cansas, si te pierdes, si no sabes cómo empezar, recuerda que todo viaje conlleva un primer paso y, si desconoces cuál es el tuyo, simplemente dalo. No lo pienses dos veces, sólo hazlo. Y habrás comenzado.

Siempre he creído que todos nacíamos con una misión, algo que hacer que cambiara las cosas o a las personas. Porque si no nacemos para dejar huella, ¿para qué lo hacemos? Hay mucha gente por el mundo, pero pocas personas. Hacer cosas malas es algo rutinario, se el cambio, haz algo bueno con lo que tienes y no me refiero a cosas materiales, sino a lo que vino contigo cuando todavía eras demasiado pequeño como para entenderlo.

Busca algo en lo que seas bueno, y se el mejor. Busca algo que te apasione, y crece. Porque avanzar puede ser un buen objetivo si el trayecto es divertido y, ante todo, productivo.

Cometerás errores, señal de que lo estás intentando. Empezarás a aprender pero poco a poco, no tienes prisa, si no toda una vida para lograrlo. Sufrirás, en ti se abrirán heridas, e inevitablemente también harás daño pero créeme, es necesario. Necesitas tocar el fondo para saber lo que no quieres, lo que te da miedo, y hasta dónde puedes llegar. Así determinarás tus límites, cosa que te será muy útil desde ese mismo momento en adelante.

Conocerás a muchas personas en tu vida y, sin saberlo, o sin quererlo siquiera, te van a ayudar con sus desprecios o aprecios. Te enseñarán todo aquello que no hayas podido aprender por tu cuenta. Y, al mismo tiempo, tú les estarás siendo de ayuda a ellos en su camino. Aunque no lo puedas ver, es así. Te enamorarás, desenamorarás, pelearás, reconciliarás, abrazarás, besarás, distanciarás pero créeme, es necesario porque irás delimitándote, creándote tu historia, tu persona, lo que has sido, eres y quieres ser.

Ser diferente es lo importante, innovar, no seguir a los demás, que no te marquen las pautas de tu trayecto. Ellos ya tienen el suyo, ten tú el tuyo hecho a tu medida. No te avergüences o arrepientas porque, ¡eh! Estás aprendiendo.

Y, sobre todo, viaja. Cuando puedas, viaja. Quizás no entiendas el por qué te digo esto, pero cuando me hagas caso y viajes y regreses a tu hogar te preguntaré si te sientes el mismo, si ha cambiado algo y, aunque no sepas responderme, me darás la razón.

Pero para hacer todo esto solamente hace falta un pequeño requisito. Levántate. Bien. Eleva un pie unos pocos centímetros del suelo de manera que quede la rodilla flexionada levemente. Ahora, ponlo unos centímetros por delante del otro, que se mantiene en el suelo. Bien.

Has dado tu primer paso.


jueves, 14 de febrero de 2013

And now.



No hay amor más grande, más fuerte y más importante que aquel que es correspondido. Porque, si simplemente se dice “yo también”, todo lo demás pasa a ser irrelevante. Las dificultades, las diferencias... Todo eso se acepta con esas dos hermosas palabras.

Amar, por suerte o por desgracia, no se da muchas veces a lo largo de la existencia normal de una persona. Puedes querer a mucha gente, tenerles cariño, apreciarlos...Pero amar, eso es otra cosa. Es una de esas cosas que por mucho que pretendas planificar o por mucho que lo hayas soñado, al final termina sucediendo en ese momento y lugar que tu imaginación no tuvo en cuenta. Y te sorprende una vez más. Porque el amor es como un niño pequeño que no se cansa de jugar al escondite, que siempre conocerá ese rincón que tú no y terminará dándole la vuelta al tablero.

No, todos sabemos que no es para nada fácil encontrar algo así. Y no me refiero al amor que se corresponde con el tiempo, el que cambia por costumbre o por sobreentendimiento, no. Me refiero al amor que, tal cual se choca, tal cual surje. Sin mucha premeditación ni balance previo.

Y díganme, ¿quién está preparado para algo así? Nadie. Sorprendentemente. Estamos preparados incluso para guerras pero, ¿quién se encuentra preparado para amar y ser amado? De ahí estas palabras que hoy escribo.

Él apareció un buen día del pasado año. Y como toda historia realmente importante, no teníamos ni idea de lo que iba a pasar. Nos enfrentábamos a algo incierto, de duración indeterminada y en nuestro caso, con demasiados factores en contra. Ahí fue, justo entonces, cuando apareció el amor.

No fue sencillo encauzar dos mentalidades tan difíciles como las nuestras en un objetivo común que nos diera las fuerzas suficientes para luchar. Nos costó (y a día de hoy, en ocasiones, todavía nos supone un esfuerzo adicional) entender que aquello que compartíamos no era tan sólo una relación, sino una oportunidad perfecta para mejorar, para mejorarnos. Porque aquello era amor.

Mañana comenzará el que espero que sea “El primer día del resto de nuestras vidas”. Él me ha dado un motivo para vivir, y quiero que este fin de semana él me conceda el honor de ser el suyo.

miércoles, 30 de enero de 2013

Soy. Punto.


Soy de las que piensan que la madurez de una persona, lejos de la edad que tenga, se halla sobre todo en la mentalidad. Puedes haber vivido muchos años y no haber aprendido nada de ese trayecto, o bien, puedes haber vivido relativamente poco (según con lo que se compare) pero haber aprovechado cada segundo de ese tiempo en captar lecciones de todo cuanto fuera posible.

Soy de las que piensan también que nunca se es totalmente feliz. Demasiados factores unidos habrían de darse para que sucediera algo así. Siempre existirá algo que nos preocupe en mayor o menor medida o que, mínimamente, nos intrigue. O bien, siempre habrá alguna persona (si no varias) que se interpondrá en tu camino de manera más o menos intencionada y que hará frenar en seco tu progreso.

No soy una escritora precisamente constante, como habréis podido comprobar. Tampoco me lee mucha gente, lo cual es muy positivo en mi opinión. Expreso cuanto quiero, como y cuando quiero, divagando de aquí para allá tantas cosas que deambulan a diario por mi mente. Cosas que a menudo carecen de sentido. A veces es algo atronador que apenas me permite ser persona, o no una decente al menos. Otras es como un susurro. Llamadlo don, maldición, o la rutina de muchos.

Me gusta pensar que soy imprescindible e irreemplazable para muchas personas. Supongo que no seré la única que tenga ese concepto de sí misma. Luego, conforme va pasando el tiempo y las historias se intercalan, finalizan y comienzan, una vocecita muy tenue dentro de mí comienza a repetirme que me equivoqué si creía algo así. Y tiene razón.

Me gusta pensar también que, si me pasara algo, mi nombre se recordaría como el intento fallido de buena persona, como el proyecto inacabado de un cambio del mundo a pequeña escala, como una de las huellas de los grandes pensamientos que nos precedieron. Y, de nuevo, me asalta la misma verdad: Demasiados factores unidos habrían de darse para que sucediera algo así.