¿Había dejado de ser yo misma después
de todo lo que había vivido en aquellos últimos meses? ¿Habría
podido finalmente el caudal de emociones arrastrarme tan lejos que me
fuera completamente imposible regresar al punto en el que me
encontraba inicialmente? De repente, me había encontrado con un
montón de sentimientos que habían dejado de tener lugar en mí, que
carecían de sentido alguno ya y que no sabía muy bien cuál debía
ser ahora su destino. Pasé de tenerlo todo, a no querer nada. Pasé
de ser una persona que intentaba gestionar el dolor, a alguien que
huía de él para poder avanzar.
Hoy me es difícil creer la de vueltas
que ha conseguido dar mi vida para que ahora, mis prioridades, sean
completamente diferentes y opuestas a las que una vez llegué a
tener. No hay lugar para las dudas, para buscar respuestas. Tan sólo
seguir, equivocada o correctamente, pero parece ser que ese es el
único camino para quienes no saben qué camino coger.
De lo único que he llegado a
arrepentirme es de haber sentido más de lo que debía haber hecho en
un momento concreto de ese trayecto. No porque me preocupase dónde
fueran aquellos sentimientos si no porque hoy me doy cuenta de que
aquella realidad, en realidad era todo un simple teatro. Aunque,
para ese teatro, aún queda en mi manga un acto todavía sin cerrar.
En fin, ¿qué más da eso ahora? Las
flores de aquella primavera murieron, crecieron otras diferentes y
ahí siguen aguantando la estación. ¿Son mejores acaso, peores tal
vez? Flores son, qué importan sus colores, sus olores, o la forma en
que ondean cuando las acaricia el viento. Ese es el curso que han de
llevar.
Me he dado cuenta de que tengo la
estúpida manía de buscar siempre algo negativo aun cuando todo
parece ir bien, y va bien. Pero no me conformo con lo bueno, ni
tampoco creo merecer lo mejor así que aquí me hallo, supongo que
intentando romper ese círculo. Supongo que intentando unir esas dos
líneas paralelas entre mi yo, y la vida que quisiera tener.
Hay días -como hoy- que me levanto de
la cama sin ganas a pesar de haber dormido una eternidad, pero la
simple idea de tener que poner un pie en el suelo y comenzar otro día
diferente, día que seguramente malgastaré, es como una pesada losa
encima de mí. No quiero oír segundas, terceras voces. No quiero ver
miradas, ni siquiera el reflejo de la mía en un espejo. No quiero
tener que solucionar problemas, esquivar adversidades. Por no poder
ni querer, aún no he aprendido a sonreír de manera insincera.
Simplemente no aguanto ni la rutina, ni quienes lo impregnan todo de
ella. Y trato, juro por Dios que sí que lo intento, buscarle algo
positivo al día. Es decir, me encanta ir en tren, ver la ciudad
apagarse tras otro día más, me encanta observar a las personas en
sus vidas, tan empequeñecidos por ella como yo. Me encanta poder
leer el periódico, el olor de las páginas de papel reciclado. No
sé, pienso que, como siempre, no sé valorar realmente el valor que
tiene un día más para quien respira. Tan sólo ando esperando la
hora en la que pueda meterme de nuevo en la cama, cierre los ojos, y
lo que pase más allá de ellos me sea completamente indiferente y
desconocido.
Ya no me preocupa excesivamente el
dejar de ser yo porque me pregunto si alguna vez llegué a ser algo.
Algo importante. A veces escribía, otras me entregaba al placer,
solía leer bastante, rebuscaba en las entrañas de las personas, me
preocupaba por ellas… Pero, ¿acaso eso tiene algún valor? Uno
real me refiero.
Ah, recuerdo cuando lo que más miedo
me daba era la soledad. Tiempos inocentes aquellos. Uno se va dando
cuenta poco a poco que la vida es precisamente eso, soledad. Naces
solo, con poca suerte creces solo, y de seguro que tu marcha de este
mundo correrá la misma suerte. Me he acostumbrado a no necesitar ni
depender de nadie en exceso, no más de lo que un ser humano
corriente dependería. Me he repetido tantas veces que no tengo
amigos que me pregunto si alguna vez tuve alguno de verdad. Supongo
que no. Para mí ya no es algo malo reconocerlo, al fin y al cabo la
amistad es lo que es, y no hace falta recordarlo. No se basa en una
unión fiel y completa como yo creí durante mucho tiempo. Se basa
en…en otra cosa. Algo que no estoy dispuesta a aceptar.
Más de lo mismo ocurre con el amor. Y
yo pensando en mi niñez que el amor era un apacible remanso de paz…
Carente de altibajos, de frustraciones, de cuerdas flojas. En fin,
creo que ya os podéis imaginar cuál es mi postura respecto a ello.
Vuelvo, vuelvo pero con reservas. Ya no
busco la belleza al escribir, si no el aspecto práctico, el
deshacerme de un plumazo de todo cuanto me ronda… Pero con
salvedades. No pienso contarlo todo, no ahora. No es necesario, ¿no?