miércoles, 9 de julio de 2014

Punto... y aparte.


¿Había dejado de ser yo misma después de todo lo que había vivido en aquellos últimos meses? ¿Habría podido finalmente el caudal de emociones arrastrarme tan lejos que me fuera completamente imposible regresar al punto en el que me encontraba inicialmente? De repente, me había encontrado con un montón de sentimientos que habían dejado de tener lugar en mí, que carecían de sentido alguno ya y que no sabía muy bien cuál debía ser ahora su destino. Pasé de tenerlo todo, a no querer nada. Pasé de ser una persona que intentaba gestionar el dolor, a alguien que huía de él para poder avanzar.

Hoy me es difícil creer la de vueltas que ha conseguido dar mi vida para que ahora, mis prioridades, sean completamente diferentes y opuestas a las que una vez llegué a tener. No hay lugar para las dudas, para buscar respuestas. Tan sólo seguir, equivocada o correctamente, pero parece ser que ese es el único camino para quienes no saben qué camino coger.

De lo único que he llegado a arrepentirme es de haber sentido más de lo que debía haber hecho en un momento concreto de ese trayecto. No porque me preocupase dónde fueran aquellos sentimientos si no porque hoy me doy cuenta de que aquella realidad, en realidad era todo un simple teatro. Aunque, para ese teatro, aún queda en mi manga un acto todavía sin cerrar.

En fin, ¿qué más da eso ahora? Las flores de aquella primavera murieron, crecieron otras diferentes y ahí siguen aguantando la estación. ¿Son mejores acaso, peores tal vez? Flores son, qué importan sus colores, sus olores, o la forma en que ondean cuando las acaricia el viento. Ese es el curso que han de llevar.

Me he dado cuenta de que tengo la estúpida manía de buscar siempre algo negativo aun cuando todo parece ir bien, y va bien. Pero no me conformo con lo bueno, ni tampoco creo merecer lo mejor así que aquí me hallo, supongo que intentando romper ese círculo. Supongo que intentando unir esas dos líneas paralelas entre mi yo, y la vida que quisiera tener.

Hay días -como hoy- que me levanto de la cama sin ganas a pesar de haber dormido una eternidad, pero la simple idea de tener que poner un pie en el suelo y comenzar otro día diferente, día que seguramente malgastaré, es como una pesada losa encima de mí. No quiero oír segundas, terceras voces. No quiero ver miradas, ni siquiera el reflejo de la mía en un espejo. No quiero tener que solucionar problemas, esquivar adversidades. Por no poder ni querer, aún no he aprendido a sonreír de manera insincera. Simplemente no aguanto ni la rutina, ni quienes lo impregnan todo de ella. Y trato, juro por Dios que sí que lo intento, buscarle algo positivo al día. Es decir, me encanta ir en tren, ver la ciudad apagarse tras otro día más, me encanta observar a las personas en sus vidas, tan empequeñecidos por ella como yo. Me encanta poder leer el periódico, el olor de las páginas de papel reciclado. No sé, pienso que, como siempre, no sé valorar realmente el valor que tiene un día más para quien respira. Tan sólo ando esperando la hora en la que pueda meterme de nuevo en la cama, cierre los ojos, y lo que pase más allá de ellos me sea completamente indiferente y desconocido.

Ya no me preocupa excesivamente el dejar de ser yo porque me pregunto si alguna vez llegué a ser algo. Algo importante. A veces escribía, otras me entregaba al placer, solía leer bastante, rebuscaba en las entrañas de las personas, me preocupaba por ellas… Pero, ¿acaso eso tiene algún valor? Uno real me refiero.

Ah, recuerdo cuando lo que más miedo me daba era la soledad. Tiempos inocentes aquellos. Uno se va dando cuenta poco a poco que la vida es precisamente eso, soledad. Naces solo, con poca suerte creces solo, y de seguro que tu marcha de este mundo correrá la misma suerte. Me he acostumbrado a no necesitar ni depender de nadie en exceso, no más de lo que un ser humano corriente dependería. Me he repetido tantas veces que no tengo amigos que me pregunto si alguna vez tuve alguno de verdad. Supongo que no. Para mí ya no es algo malo reconocerlo, al fin y al cabo la amistad es lo que es, y no hace falta recordarlo. No se basa en una unión fiel y completa como yo creí durante mucho tiempo. Se basa en…en otra cosa. Algo que no estoy dispuesta a aceptar.

Más de lo mismo ocurre con el amor. Y yo pensando en mi niñez que el amor era un apacible remanso de paz… Carente de altibajos, de frustraciones, de cuerdas flojas. En fin, creo que ya os podéis imaginar cuál es mi postura respecto a ello.

Vuelvo, vuelvo pero con reservas. Ya no busco la belleza al escribir, si no el aspecto práctico, el deshacerme de un plumazo de todo cuanto me ronda… Pero con salvedades. No pienso contarlo todo, no ahora. No es necesario, ¿no?