miércoles, 30 de enero de 2013

Soy. Punto.


Soy de las que piensan que la madurez de una persona, lejos de la edad que tenga, se halla sobre todo en la mentalidad. Puedes haber vivido muchos años y no haber aprendido nada de ese trayecto, o bien, puedes haber vivido relativamente poco (según con lo que se compare) pero haber aprovechado cada segundo de ese tiempo en captar lecciones de todo cuanto fuera posible.

Soy de las que piensan también que nunca se es totalmente feliz. Demasiados factores unidos habrían de darse para que sucediera algo así. Siempre existirá algo que nos preocupe en mayor o menor medida o que, mínimamente, nos intrigue. O bien, siempre habrá alguna persona (si no varias) que se interpondrá en tu camino de manera más o menos intencionada y que hará frenar en seco tu progreso.

No soy una escritora precisamente constante, como habréis podido comprobar. Tampoco me lee mucha gente, lo cual es muy positivo en mi opinión. Expreso cuanto quiero, como y cuando quiero, divagando de aquí para allá tantas cosas que deambulan a diario por mi mente. Cosas que a menudo carecen de sentido. A veces es algo atronador que apenas me permite ser persona, o no una decente al menos. Otras es como un susurro. Llamadlo don, maldición, o la rutina de muchos.

Me gusta pensar que soy imprescindible e irreemplazable para muchas personas. Supongo que no seré la única que tenga ese concepto de sí misma. Luego, conforme va pasando el tiempo y las historias se intercalan, finalizan y comienzan, una vocecita muy tenue dentro de mí comienza a repetirme que me equivoqué si creía algo así. Y tiene razón.

Me gusta pensar también que, si me pasara algo, mi nombre se recordaría como el intento fallido de buena persona, como el proyecto inacabado de un cambio del mundo a pequeña escala, como una de las huellas de los grandes pensamientos que nos precedieron. Y, de nuevo, me asalta la misma verdad: Demasiados factores unidos habrían de darse para que sucediera algo así.