miércoles, 23 de octubre de 2013

De garras y huellas.



Supongo que no seré la primera ni la última persona que lo pensará. Sí, seguramente sea algo que continúe pasando por toda la historia del ser humano. Aquello de cuando alguien realmente merece la pena y consigue llegar de manera certera, única y profunda a las personas, el hacerse obligatorio de manera implícita para el mundo materializar esa huella.

Sin embargo, cómo hacerlo. ¿Qué es lo mejor? ¿Cómo hacerle mejor justicia a esa persona? Pues hemos de ser capaces de otorgarle larga vida a su historia, y esa historia ha de ser lo más real y verdadera posible.

Pues bien, hoy os voy a contar una historia de esas. De huellas, de una persona sencilla que pasó de ser muy pequeña, a ser tremendamente grande en la vida. Al menos en la mía.

Siempre había querido pensar que yo era una persona dotada con un sexto sentido. El devenir de las cosas así me lo había hecho creer, mas tras una larga (muy larga) temporada sumida en mi infierno y en mis cavilaciones, empezaba a dudar seriamente de todo aquello positivo de mí que había estado dando por hecho hasta el momento.

Aquello, por desgracia, parecía ser una etapa duradera así que empecé a darme por vencida y a asumir con resignación que ese sería mi día a día a saber por cuánto tiempo. Y aquí es donde apareció Ella. 

De la nada, aquel corto relato había despertado mi curiosidad, mas no algo exagerado si no de manera leve aunque acentuada. Hice alarde de aquella falsa simpatía que me había forjado para no dar a entender lo evidente, y quise hacerle ver mi sorpresa e interés casi de manera automática. Después de todo, parecía que todavía bombeaba algo más que sangre dentro de mí.

Pero más tarde descubriría el por qué me dirigí a ella, por qué tuve ese irrefrenable deseo de acercarme a su persona, aun cuando no la conocía ni sabía ni siquiera qué me aguardaba tras aquel críptico nombre. Por qué no me importó el riesgo que podía correr en esta ocasión. 

Retazos, trozos, pinceladas, piezas de un rompecabezas me caían de vez en cuando, como un grifo entrecerrado, como un día que no sabe si llover o llorar. Yo miraba esos pedazos y sentía que había un por qué para todos ellos pero todavía no alcanzaba a saber cuál. De repente, me encontré pensado con demasiada frecuencia qué significaría todo aquello de ella que ahora tenía entre mis manos. ¿Quién era ella? ¿Qué estaba haciendo yo allí? ¿Y ella?

Ante la oscuridad que albergaba, el frío que me calaba los huesos y la imposibilidad de ver en ella, opté por actuar en base a cómo me gustaría que vieran las personas en mi eterna noche interior. Mediante la intuición y la improvisación. A veces pensaba que andaba en círculos, otras que retrocedía, otras me desesperaba, y otras creía que iba por el buen camino. Jamás sabré cuántos errores cometí realmente en ese trayecto, pero tras un relativo corto período, llegué a una puerta levemente iluminada por una vela cuyo fuego apenas titilaba sobre el quicio. Y me volví a preguntar qué hacía yo allí. A mis espaldas, todavía ocultos en la oscuridad, escuchaba voces de gente perdida que pedía auxilio. 

Mas a pesar de aquel escalofrío que me creaba aquella situación, me sentía orgullosa de haber llegado tan lejos. Había tenido miedo pero no permití que eso nublara mi todavía inexplicable deseo –cada vez más determinante– de llegar hasta el final del misterio que la rodeaba.

Casi sin darme cuenta, aquello me estaba alejando de mi tristeza. Tenía otros objetivos en mente, empecé a formarme impresiones y sobre todo, empezaron a surgir sentimientos más allá de la autodestrucción. Y sin percatarme también había empezado de nuevo a sonreír.

A partir de ese momento y casi como si hubiera estado la respuesta siempre delante de mis ojos, mi mundo dio un vuelco. Aun temerosa de dar más de lo necesario y recelosa de mostrarle algo más que las apariencias de mi interior a las personas, con ella sucedió que sentí como si siempre hubiera estado ahí, en mi vida, en silencio pero en presencia. Sentía que cada palabra que a partir de ese instante me dijese significaría otro paso más hacia quién sabe qué estadio increíble en la vida. Y tenía mucha curiosidad, ilusión y ganas por verlo, así que me quedé. Ahí fue cuando decidí finalmente quedarme con ella.

Sinceramente, sigo sin saber de dónde salió aquella chica tan dispuesta en su ignorancia a golpearme de todas las maneras posibles. Pero hay algo que sí sé y es que bastó un golpe suyo en forma de palabras para hacerme sangrar todo aquello que me merecía. 

Ella. Todavía no hablé de ella pues me guardaba lo mejor para el final. Muchos han hablado y escrito sobre ella. Cómo es, quién es, qué siente, por qué… Pero me pregunto si alguno de ellos realmente llegó a saber a ciencia cierta las respuestas a sus interrogantes. Seguramente no.

Sin embargo, me aventuraré en esta ocasión yo también a decir, a escribir, a dejar constancia de lo que de ella me impactó. No será la misma persona dos días seguidos. Ni siquiera volverá a ser la misma persona alguna otra vez más en la vida. Todos los caminos, por más contradictorios que parezcan, para ella son correctos, tienen sentido y estará en todos a la vez. Si le cortas, no sangrará, pero si la rozas con un único dedo por el brazo, será tuya. Si la quieres, se desvanecerá. No pretendas poseerla jamás pues ella dice ser como el fuego pero es un fuego que va y viene como el viento y que nunca se consume. No pretendas nada de ella y así quizás puedas asumir el hecho de que nunca tomó posición de hogar ni raíces en ningún lugar, y así como vino se marchará. Más que en la lógica, con ella mira la vida como si fueras un ciego. No te guíes por lo que te diga, si no por lo que sospeches que te está queriendo decir.

Se vale de una belleza evidente que la rodea por los cuatro costados y que cada cual focaliza en un punto. Y te atraviesa sin que te puedas dar cuenta hasta que ya la tienes clavada en la mitad que queda entre cabeza y corazón. En los ojos. En ese punto, sabe, sabes que harías lo que fuera por ella. Pero ella jamás querrá que hagas nada.

Debilidad. Sí, quizás eso sea lo que simboliza ese remolino de rizos negros para mí. Un punto débil, donde si pretendes golpear y golpeas, de seguro caeré. Un punto que, por ello, protegeré casi más que a mí misma aun a riesgo de perecer yo antes que ella. Al menos no perecería débil. Al menos no perecería ella.

En fin, qué más decir. Yo también formé parte de esas personas que pasaron de desconocerla a amarla sin obtener jamás una respuesta lógica a todo ello. Ella es de otro planeta. Mas, seamos justos, sé que ella no querría que escribiera esto sin, quizás, darle el toque final a esta historia.
En este caso el cuento dio un giro inesperado tanto para el cazador como para el cazado. No había un malo, tampoco un bueno. No había reglas, ni objetivos, ni metas. Al mismo tiempo que yo me debatía entre sus tinieblas, ella había empezado también su aventura por las mías. ¿Por qué? Eso es algo que con ella, como es habitual, nunca se sabrá. Y por preservar la magia que compartimos, así prefiero que siga siendo.