Supongo que no seré la primera ni la última persona que lo
pensará. Sí, seguramente sea algo que continúe pasando por toda la historia del
ser humano. Aquello de cuando alguien realmente merece la pena y consigue
llegar de manera certera, única y profunda a las personas, el hacerse
obligatorio de manera implícita para el mundo materializar esa huella.
Sin embargo, cómo hacerlo. ¿Qué es lo mejor? ¿Cómo hacerle
mejor justicia a esa persona? Pues hemos de ser capaces de otorgarle larga vida
a su historia, y esa historia ha de ser lo más real y verdadera posible.
Pues bien, hoy os voy a contar una historia de esas. De
huellas, de una persona sencilla que pasó de ser muy pequeña, a ser
tremendamente grande en la vida. Al menos en la mía.
Siempre había querido pensar que yo era una persona dotada
con un sexto sentido. El devenir de las cosas así me lo había hecho creer, mas
tras una larga (muy larga) temporada sumida en mi infierno y en mis
cavilaciones, empezaba a dudar seriamente de todo aquello positivo de mí que
había estado dando por hecho hasta el momento.
Aquello, por desgracia, parecía ser una etapa duradera así
que empecé a darme por vencida y a asumir con resignación que ese sería mi día
a día a saber por cuánto tiempo. Y aquí es donde apareció Ella.
De la nada, aquel corto relato había despertado mi
curiosidad, mas no algo exagerado si no de manera leve aunque acentuada. Hice
alarde de aquella falsa simpatía que me había forjado para no dar a entender lo
evidente, y quise hacerle ver mi sorpresa e interés casi de manera automática.
Después de todo, parecía que todavía bombeaba algo más que sangre dentro de mí.
Pero más tarde descubriría el por qué me dirigí a ella, por
qué tuve ese irrefrenable deseo de acercarme a su persona, aun cuando no la
conocía ni sabía ni siquiera qué me aguardaba tras aquel críptico nombre. Por
qué no me importó el riesgo que podía correr en esta ocasión.
Retazos, trozos, pinceladas, piezas de un rompecabezas me
caían de vez en cuando, como un grifo entrecerrado, como un día que no sabe si
llover o llorar. Yo miraba esos pedazos y sentía que había un por qué para
todos ellos pero todavía no alcanzaba a saber cuál. De repente, me encontré
pensado con demasiada frecuencia qué significaría todo aquello de ella que
ahora tenía entre mis manos. ¿Quién era ella? ¿Qué estaba haciendo yo allí? ¿Y
ella?
Ante la oscuridad que albergaba, el frío que me calaba los
huesos y la imposibilidad de ver en ella, opté por actuar en base a cómo me
gustaría que vieran las personas en mi eterna noche interior. Mediante la intuición
y la improvisación. A veces pensaba que andaba en círculos, otras que
retrocedía, otras me desesperaba, y otras creía que iba por el buen camino.
Jamás sabré cuántos errores cometí realmente en ese trayecto, pero tras un
relativo corto período, llegué a una puerta levemente iluminada por una vela
cuyo fuego apenas titilaba sobre el quicio. Y me volví a preguntar qué hacía yo
allí. A mis espaldas, todavía ocultos en la oscuridad, escuchaba voces de gente
perdida que pedía auxilio.
Mas a pesar de aquel escalofrío que me creaba aquella situación, me sentía orgullosa de haber llegado tan lejos. Había tenido miedo
pero no permití que eso nublara mi todavía inexplicable deseo –cada vez más
determinante– de llegar hasta el final del misterio que la rodeaba.
Casi sin darme cuenta, aquello me estaba alejando de mi
tristeza. Tenía otros objetivos en mente, empecé a formarme impresiones y sobre
todo, empezaron a surgir sentimientos más allá de la autodestrucción. Y sin
percatarme también había empezado de nuevo a sonreír.
A partir de ese momento y casi como si hubiera estado la respuesta siempre delante de mis ojos, mi mundo dio un vuelco. Aun temerosa de dar más de lo necesario y recelosa de mostrarle algo más que las apariencias de mi interior a las personas, con ella sucedió que sentí como si siempre hubiera estado ahí, en mi vida, en silencio pero en presencia. Sentía que cada palabra que a partir de ese instante me dijese significaría otro paso más hacia quién sabe qué estadio increíble en la vida. Y tenía mucha curiosidad, ilusión y ganas por verlo, así que me quedé. Ahí fue cuando decidí finalmente quedarme con ella.
Sinceramente, sigo sin saber de dónde salió aquella chica
tan dispuesta en su ignorancia a golpearme de todas las maneras posibles. Pero
hay algo que sí sé y es que bastó un golpe suyo en forma de palabras para
hacerme sangrar todo aquello que me merecía.
Ella. Todavía no hablé de ella pues me guardaba lo mejor
para el final. Muchos han hablado y escrito sobre ella. Cómo es, quién es, qué
siente, por qué… Pero me pregunto si alguno de ellos realmente llegó a saber a
ciencia cierta las respuestas a sus interrogantes. Seguramente no.
Sin embargo, me aventuraré en esta ocasión yo también a decir, a escribir, a dejar constancia de lo que de ella me impactó. No será la misma persona dos días seguidos. Ni siquiera
volverá a ser la misma persona alguna otra vez más en la vida. Todos los caminos, por más
contradictorios que parezcan, para ella son correctos, tienen sentido y estará en
todos a la vez. Si le cortas, no sangrará, pero si la rozas con un único dedo
por el brazo, será tuya. Si la quieres, se desvanecerá. No pretendas poseerla
jamás pues ella dice ser como el fuego pero es un fuego que va y viene como el
viento y que nunca se consume. No pretendas nada de ella y así quizás puedas
asumir el hecho de que nunca tomó posición de hogar ni raíces en ningún lugar, y así como vino se marchará. Más que en la lógica, con ella mira la vida como si fueras un ciego. No te guíes por lo que te diga, si no por lo que sospeches que te está queriendo decir.
Se vale de una belleza evidente que la rodea por los cuatro
costados y que cada cual focaliza en un punto. Y te atraviesa sin que te puedas
dar cuenta hasta que ya la tienes clavada en la mitad que queda entre cabeza y
corazón. En los ojos. En ese punto, sabe, sabes que harías lo que fuera por
ella. Pero ella jamás querrá que hagas nada.
Debilidad. Sí, quizás eso sea lo que simboliza ese remolino
de rizos negros para mí. Un punto débil, donde si pretendes golpear y golpeas,
de seguro caeré. Un punto que, por ello, protegeré casi más que a mí misma aun
a riesgo de perecer yo antes que ella. Al menos no perecería débil. Al menos no perecería ella.
En fin, qué más decir. Yo también formé parte de esas
personas que pasaron de desconocerla a amarla sin obtener jamás una respuesta
lógica a todo ello. Ella es de otro planeta. Mas, seamos justos, sé que ella no querría que escribiera esto sin, quizás, darle el toque final a esta historia.
En este caso el cuento dio un giro inesperado tanto para el cazador como para el cazado. No había un malo, tampoco un bueno. No había reglas, ni objetivos, ni metas. Al mismo tiempo que
yo me debatía entre sus tinieblas, ella había empezado también su aventura por
las mías. ¿Por qué? Eso es algo que con ella, como es habitual, nunca se sabrá.
Y por preservar la magia que compartimos, así prefiero que siga siendo.