lunes, 15 de diciembre de 2014

Aquí, un día más.


Me encontraste y no hiciste nada más. Pasaron los días y las semanas y tú no hacías nada, mientras el frío seguía cayendo y el tiempo seguía pasando. Este era el ritmo y debía aceptarlo para continuar pues las reglas son las reglas y poco podía objetar.

Callé y aguanté, incluso sonreí, ahora me gustaría que supieras que siempre fue por ti. Y seguirá siendo por ti mientras aguante. Y tú, tú seguías pensando que a la mañana siguiente estaría y yo, estúpida de mí, siempre estaba. Me pudiera la tristeza o la rabia, estaba. Y todo volvía a la normalidad, como si no pasara nada, como si todo estuviera bien. Un nuevo día comenzaba.

Opinase lo que opinase, y sintiese lo que sintiese, debía demostrar que quería estar. Debía estar a la altura al mismo tiempo que sabía que jamás cambiaría nada,  o al menos que no lo cambiaría yo. Debía asumir que, si me quedaba, me encontraría cada día la misma pared ante mí pero que, si me marchaba, definitivamente no estarías más, jamás.

Sabía que estaba dejando marchar otros trenes y parecía no importarme, pero lo triste es que tú nunca pasabas. Tú solamente pasaste aquella primera vez en la que me encontraste y esa sería la única vez que yo no te estuviera esperando.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Escribir es como tocar un piano.



Escribir es como tocar un piano. Los dedos vuelan y se posan sobre aquellas teclas que creen contarán sus sentimientos. Si tienes destreza te resultará fácil. En cambio si no la tienes, da igual qué teclas pulses, no lograrás contar nada. Y tras tantos años escribiendo aún no sé si he conseguido sacar alguna melodía que se pudiera entender. Quizás ese sea mi eterno problema, que en mí está todo claro, la partitura, las palabras, hoy el dolor también... Pero en cuanto pienso que todo eso ha de salir fuera, tengo miedo. A hablar de más y a quedarme corta al mismo tiempo.

Recuerdo con total nitidez ciertos momentos de mi vida y, más concretamente, de mí misma a lo largo del tiempo. Veo los cambios, los veo como si hubieran sido ayer o antes de ayer, veo cómo cambió mi pelo, mi forma de vestir, de hablar, incluso veo cómo ha cambiado mi relación con la escritura. Teclas que antes tocaba, enmudecieron. Sentimientos que antes rememoraba una y otra vez en cada letra, hoy ni su tinta dejaron aquí.

Hice el amor, enloquecí, lloré y soñé tanto antaño justo aquí, donde estoy ahora mismo sentada. No me hacía falta nada más que un simple comienzo y que el pincel comenzara a vagar por el folio. Confiaba una y otra vez en que las palabras irían surgiendo si así debía estar escrito, que todo lo que se hallara en mi subconsciente hallaría el modo de salir sin sentirse culpable o juzgado. No me preocupaban las interpretaciones, tan solo saber interpretarme yo una vez el lienzo estuviera acabado. Y pasara lo que pasase, siempre tendría la tranquilidad de que podría regresar aquí a desahogarme. Al mismo punto de inicio donde una vez hace ya mucho tiempo decidí posicionarme para evitar caer en la locura.

Cuánta lluvia ha caído desde entonces. Cuántas páginas llenas de historias que no me definían y que terminaron siendo arrancadas y guardadas donde ni siquiera yo pudiera recordar. Cuántos cuadernos desnudos y prácticamente vacíos de hojas que se quedaron abandonados en los rincones de mi biblioteca por el miedo a seguir contando historias que no fueran la mía. Pero, ¿cuál ha sido mi historia? Me paro y me atrevo a preguntarme. Siempre quise pensar que la versión con final feliz algún día tendría que llegar, y rechacé una y mil veces aquello que no lo era. Pero, ¿y si realmente esa era yo? Miro la papelera, y puede que al fin y al cabo todo tenga un sentido oculto. La abogada de los imposibles, la luz de los rendidos, la huella de los perdidos, la versión triste, la autocrítica y la superación, la historia que nadie quería contar. Porque, después de todo, ¿que es escribir si no tocar un piano, con los dedos volando y posándose donde realmente debían hacerlo para que sonara la melodía?

lunes, 1 de diciembre de 2014

Esencia III - La chica del autobús (sin modificar)


Ella estaba en el autobús, delante mía. Escribía en un pequeño cuaderno, a primera vista bastante antiguo, un par de notas bien reflexionadas mientras, de hito en hito, observaba ausente por la ventana. Iba sentada con las piernas recogidas en el asiento, como un pequeño aprendiz de indio, con el pelo mal sostenido por una coleta, sinuoso y brillante, del mismo color que el sol de media tarde. Al escribir, sacaba la lengua de forma involuntaria, como si le costara sacar algo en claro de entre todos sus pensamientos, se rascaba la cabeza con el bolígrafo, y volvía a sumergirse de nuevo en su escritura. No sé si en algún momento del trayecto mis ojos se desviaron hacia otra cosa que no fuera ella. La miraba detenidamente, y por el hormigueo en mi cara, sentía que estaba sonriendo.

A veces se revolvía en el asiento, incómoda y nerviosa, a la espera de que llegase su parada. Yo, con los brazos cruzados sobre el pecho, distante y distraída de todo lo demás, escuchaba música en mi reproductor pero apenas recuerdo ninguna de las canciones que oí en el período en el que ella estuvo delante mía. De hecho, cuando el autocar paró en la parada en la que ella se subió, desde aquel primer instante, supe la magnitud de su rareza pero, al mismo tiempo, de lo especial que era. Iba vestida de forma casual y desordenada, aunque tirando más hacia el estilo al que llaman “pijo”. Una mochila de piel de carnero joven por la claridad del tono, pero también bastante ajada y sin brillo, unos mocasines marrones llenos de barro por los bordes y un poco grandes para ella. Parecía un recuerdo de tiempos pasados, una imagen de una fotografía en blanco y negro.

La oía respirar solamente cuando hacía el esfuerzo de percatarme de ello, puesto que apenas daba señales de vida más allá que del suave deslizamiento del bolígrafo por el papel en blanco. No pude leer lo que estaba escribiendo pues su letra era casi ilegible, pequeña y aturrullada. Volví a sonreír sin querer. ¡Qué chica! Si no fuera por la gracilidad de su persona en cada movimiento, la habría tachado de grosera y maleducada, por la postura que había adoptado, o por la indiferencia hacia el conductor que mostró tanto al subir, como al bajar.

Su cara era inocente, de tez blanca y tersa, sin ningún tipo de maquillaje o arreglo superficial. Los labios un poco despellejados y rosados, con alguna que otra herida de haberse mordido. Tenía las uñas comidas y las manos temblando a causa del frío. Sus ojos, azules grisáceos...Nunca he visto unos iguales, y no podría decir ni que eran bellos, pero tampoco indiferentes para mí. Tenían fuerza, experiencia. Leí en ellos el dolor, la soledad, pero también esperanza e ilusión. En resumen, magia.

Yo sabía que no volvería a verla porque cosas como esta pasan pocas veces en la vida. Después de desaparecer entre el gentío una vez en la estación, supe definitivamente que aquella era la primera, y la última vez, que podría verla e, instintivamente, corrí tras ella, sin saber muy bien qué estaba haciendo ni por qué, qué le diría cuando lograse alcanzarla. Paré un instante para recobrar aliento mientras que, con la mirada, oteaba a todo el mundo en busca de aquel cabello suave, de aquella forma de vestir tan peculiar, sin resultado alguno. ¿Qué sentí? Todo lo contrario a lo que pensarán ustedes. Sentí felicidad porque, a pesar de haberla perdido tan fácil y tan misteriosamente a la vez como apareció en mi vida, el simple hecho de haberme cruzado con ese ángel fue la prueba viviente de que los milagros existen. Ese día no dejé de sonreír, ¿acaso tenía motivos para hacerlo?

Esencia II



Parecía invisible de tan fina e inmaculada que tenía la piel. Mis dedos, caprichosos, en el mar de su tersura naufragaron durante largas horas, vacías de reproches o trabas, repletas de admiración y éxtasis. Si teníamos alguna excusa reservada para ese momento, creo haber olvidado las mías. En su mirada vi que no hacía falta nada más que un beso para justificarme. Y he de suponer que vería la mía la misma sensación. Se justificó. No pude pedirle más en ese instante.

-¿Qué quieres de mí?-. Le susurré cuando aún mantenía los ojos cerrados.

-No lo sé.

A veces, cuando Dios deja una señal en tu camino, sientes algo parecido a esto. Te empuja a seguir, a darlo todo, a exponerte de tal manera que seas vulnerable hasta para ti mismo. Allí, en aquella cama, ella para mí era la persona más frágil e indefensa del mundo. Sus piernas se entrelazaron con las mías en algún punto de nuestra pasión, y aún descansaban en aquella posición, grácil y salvaje al mismo tiempo. Su desnudez era pura poesía, simplicidad y sencillez. Hermosa incluso dormida.

Y cuan grandioso milagro eres. En mi letargo la inspiración hace mella y consigo escribirte estas líneas. Te escondes, huyes y reapareces para mí, como un anhelo íntimo y efímero. Demasiado, me temo. Amarte no deseo, pero es tu alegría para este alma mía una obligación demasiado acuciante como para pretender siquiera negarme a alguno de tus múltiples caprichos. Fácilmente irresistible mas resistible al tiempo, pero de perenne belleza creada, perfecta armonía en proporciones a partes iguales.

Reencarnación humana de la misma diosa Afrodita. Una dádiva plagada de bondad y maldad. Mi sacrificio ve así consuelo en tus suaves curvas, donde desfallezco. Podré entonces morir en ti, y en mi ensoñación de poseerte vagar, gozar de tu imperioso misticismo y abandonar la partida, finalmente.

Dama de acero con rostro de niña imperturbable, has hallado en mi coraje una coraza de la que no posees experiencia alguna y eso te hace enmudecer. Tu valentía no crees útil y juegas cual súcubo. Harás caer la fortaleza y pecarás, arrastrándome en tu baile de siluetas.

Grácil, cual garza serena, a veces viento y otras, marea. Tus ojos al frondoso bosque se asemejan, envidia de la naturaleza. Y más yo daría por capturarme de entre tus labios. Meta de guerreros. Un reducto de perfección en tan sólo un sinuoso cuerpo.

Vuelvo a repetir:

-¿Qué quieres de mí?

Silencio. Un cálido escalofrío sentencia tu voz. Siento cómo se eriza tu piel y evitas mi mirada, expectante, y preocupada.

-Simplemente…Que me ames-. Un leve siseo, suficiente para mis oídos. Habías reconocido lo que, desde el principio, fue obvio. Me habías dado más de lo que merecía.

-Eso ya lo hago-. Te respondí pero tú, ya lo sabías.

Esencia I



Supe que la había perdido aun antes de tenerla. No fue mía, jamás. Nunca entendí por qué sus deseos se intercalaban con sus desprecios. Me perdía entre sus palabras, locas y ausentes en muchas ocasiones. Todavía intento descubrir si algún día ella me amó, aunque solamente fuera una mínima parte comparada con mis sentimientos...¿Ella poseía sentimientos? ¿Podía haberse dado cuenta de que lo único que yo ansiaba era estar con ella? No importaba el lugar o las circunstancias, solamente quería que estuviese ella. Pero nunca me dio señales de que fuera recíproco, o incluso posible.

Se escurría, se escapaba. No tenía un color de ojos, ni tampoco de cabello, fijos. Solía cambiar, se disfrazaba de oportunidad. No sé si era para despistarme, o para dejarme atrás. Nunca le quise preguntar si, realmente, estaba de acuerdo con que yo la amase. A veces pienso que lo único que pretendía era que alguien suspirase por su esencia y, así, no sentirse tan sola. Necesitaba un aliento moviéndole el flequillo, unas manos que estrecharan las suyas para que no pasase frío, una voz que la hiciera reír...Y nada más. Pero no buscaba amor, simplemente un juego para dejar de pensar en su vacía existencia. Por eso yo aún sigo aquí. Aparte de porque la quiero como si formase parte de mí, es porque entiendo su situación, sus motivaciones, y dejarla sola es como un suicidio para mí. Ella me ha impuesto que la desee, que la admire, pero que a la vez la odie cruelmente y sin compasión. Tan despiadada con sus miradas huidizas pero tan cálidas. A veces me pregunto qué me enamoró de ella. Si sus sonrisas, o sus ausencias. Si su aspecto desconocido, pero tan grácil a mi parecer.

No sé qué estará pensando ahora mismo, si se acuerda de mí, si piensa en que yo puedo estar pensando en ella o en la forma tan urgente que tengo de que ella me suplique que vuelva a acompañarla en la noche. Quisiera que ahora me llamase con lágrimas en sus ojos, y que me contase que tuvo una pesadilla y que si puedo ir a su casa para pasar el día con ella. Y suena egoísta, y casi dañino leer esto, pero quiero que su corazón sufra por mis caricias como el mío lloró en su momento por no tener ni siquiera una de las suyas. Ni por saber cuál era el sabor de sus labios. Me dejó sumida en la angustia de no saber si mañana seguiría necesitándome. Simplemente huyó, y volvió a aparecer, como el humo, como el frío... Pero tanto es mi amor por ella que ya ni recuerdo por qué la empecé a amar. No es ni especialmente hermosa, ni mínimamente cariñosa. No es demasiado alta, ni es muy delgada. Es ella. Y aunque pueda verse desde fuera como alguien quepasa desapercibido, para mí son los demás quienes me son indiferentes cuando ella pasa.

¿Te he dicho alguna vez que te quiero? Supongo que no te acuerdas. Por si acaso, te quiero.