miércoles, 3 de diciembre de 2014

Escribir es como tocar un piano.



Escribir es como tocar un piano. Los dedos vuelan y se posan sobre aquellas teclas que creen contarán sus sentimientos. Si tienes destreza te resultará fácil. En cambio si no la tienes, da igual qué teclas pulses, no lograrás contar nada. Y tras tantos años escribiendo aún no sé si he conseguido sacar alguna melodía que se pudiera entender. Quizás ese sea mi eterno problema, que en mí está todo claro, la partitura, las palabras, hoy el dolor también... Pero en cuanto pienso que todo eso ha de salir fuera, tengo miedo. A hablar de más y a quedarme corta al mismo tiempo.

Recuerdo con total nitidez ciertos momentos de mi vida y, más concretamente, de mí misma a lo largo del tiempo. Veo los cambios, los veo como si hubieran sido ayer o antes de ayer, veo cómo cambió mi pelo, mi forma de vestir, de hablar, incluso veo cómo ha cambiado mi relación con la escritura. Teclas que antes tocaba, enmudecieron. Sentimientos que antes rememoraba una y otra vez en cada letra, hoy ni su tinta dejaron aquí.

Hice el amor, enloquecí, lloré y soñé tanto antaño justo aquí, donde estoy ahora mismo sentada. No me hacía falta nada más que un simple comienzo y que el pincel comenzara a vagar por el folio. Confiaba una y otra vez en que las palabras irían surgiendo si así debía estar escrito, que todo lo que se hallara en mi subconsciente hallaría el modo de salir sin sentirse culpable o juzgado. No me preocupaban las interpretaciones, tan solo saber interpretarme yo una vez el lienzo estuviera acabado. Y pasara lo que pasase, siempre tendría la tranquilidad de que podría regresar aquí a desahogarme. Al mismo punto de inicio donde una vez hace ya mucho tiempo decidí posicionarme para evitar caer en la locura.

Cuánta lluvia ha caído desde entonces. Cuántas páginas llenas de historias que no me definían y que terminaron siendo arrancadas y guardadas donde ni siquiera yo pudiera recordar. Cuántos cuadernos desnudos y prácticamente vacíos de hojas que se quedaron abandonados en los rincones de mi biblioteca por el miedo a seguir contando historias que no fueran la mía. Pero, ¿cuál ha sido mi historia? Me paro y me atrevo a preguntarme. Siempre quise pensar que la versión con final feliz algún día tendría que llegar, y rechacé una y mil veces aquello que no lo era. Pero, ¿y si realmente esa era yo? Miro la papelera, y puede que al fin y al cabo todo tenga un sentido oculto. La abogada de los imposibles, la luz de los rendidos, la huella de los perdidos, la versión triste, la autocrítica y la superación, la historia que nadie quería contar. Porque, después de todo, ¿que es escribir si no tocar un piano, con los dedos volando y posándose donde realmente debían hacerlo para que sonara la melodía?

1 comentario:

  1. Tienes que ver Fleabag. Es muy corta. La protagonista eres tú, hasta se te parece físicamente. Me he acordado mucho de ti viéndola. Un beso.

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