martes, 11 de junio de 2013

Autocrítica Introspectiva.

De todo se sale. Lo que duele se va olvidando, lo que nos marca se vuelve huella dentro nuestra porque así automáticamente actúa nuestro inconsciente. Pero todo pasa. Uno no deja de crecer en ese trayecto, tampoco de aprender. Nos proclamamos diferentes por cada paso que damos en una dirección contraria a los demás y por ello somos únicos.

Porque al fin y al cabo esta vida que vivimos son etapas. Etapas tan necesarias como imprevisibles que han de tener un inicio y un fin para abrir el cerrojo a la siguiente. Y quedarse quieto en una de ellas sería un tremendo error porque solamente tenemos una oportunidad para experimentar esto que llaman “vida” y si se malgasta ese tiempo en compadecerse de uno mismo y ser infeliz, en fin, ¿qué sentido tendría seguir?

Algún día sé que me arrepentiré de haber sido como he sido en algunos momentos. De no haber aprovechado más mi infancia y juventud. De no haber hecho más locuras o haber metido más veces la pata por ello. De haber llorado tanto y reído tan poco. Y si algo tengo claro es que cuando llegue el momento de formar una familia, lo primero que les diré a mis hijos será que no desperdicien el tiempo en sufrir porque por el mismo precio podrían ser felices.

¿Qué remedio tengo? Soy una pesimista que se empeña en ser optimista. Me repito las cosas una y otra vez, me doy ánimos a mí misma repitiéndome precisamente estas palabras que ahora escribo. En ocasiones surten efecto y, como ahora, el tirón dura. Otras vuelvo a mi pequeña cárcel interior a preguntarme qué estaré haciendo mal y así sucesivamente.

Pero de todo se sale, ¿no? Al menos eso es lo que siempre pasa.