lunes, 15 de diciembre de 2014

Aquí, un día más.


Me encontraste y no hiciste nada más. Pasaron los días y las semanas y tú no hacías nada, mientras el frío seguía cayendo y el tiempo seguía pasando. Este era el ritmo y debía aceptarlo para continuar pues las reglas son las reglas y poco podía objetar.

Callé y aguanté, incluso sonreí, ahora me gustaría que supieras que siempre fue por ti. Y seguirá siendo por ti mientras aguante. Y tú, tú seguías pensando que a la mañana siguiente estaría y yo, estúpida de mí, siempre estaba. Me pudiera la tristeza o la rabia, estaba. Y todo volvía a la normalidad, como si no pasara nada, como si todo estuviera bien. Un nuevo día comenzaba.

Opinase lo que opinase, y sintiese lo que sintiese, debía demostrar que quería estar. Debía estar a la altura al mismo tiempo que sabía que jamás cambiaría nada,  o al menos que no lo cambiaría yo. Debía asumir que, si me quedaba, me encontraría cada día la misma pared ante mí pero que, si me marchaba, definitivamente no estarías más, jamás.

Sabía que estaba dejando marchar otros trenes y parecía no importarme, pero lo triste es que tú nunca pasabas. Tú solamente pasaste aquella primera vez en la que me encontraste y esa sería la única vez que yo no te estuviera esperando.