Una
mente no es fácil de entender, ni siquiera la de uno mismo. No,
definitivamente esa es la menos entendible de todas. Vivimos
intentando constantemente averiguar qué es lo que está pasando por
nuestros pensamientos, qué los provoca, qué los activa. Y al final
siempre terminamos más perdidos y confusos de lo que empezamos.
Dicen
que tengo un súper poder porque he conseguido con el tiempo aprender
muchos de los entresijos de una mente normal humana. Sus costumbres,
incluso sus posibles reacciones. Pero aún así, el comportamiento
humano es algo que, seguramente, jamás logre ser controlado. De
todas formas sigue resultando extremadamente interesante su mera
observación.
No
soy nada ni nadie de otro mundo. Tampoco me considero alguien
especial por pensar demasiado. Simplemente, me intriga y entretiene
prestar atención a las actitudes de la gente que camina a mi
alrededor. Todos tenemos algún aspecto más raro de lo habitual sin
lo cual dejaríamos de ser únicos. Supongo que este es el mío.
Lo
sé, soy complicada por eso mismo. A veces pienso que no sé ni
hacerme entender, ni entender a nadie. Tal vez sea por el cansancio
generado a partir de mis investigaciones. Apenas nada me sorprende y
es tal mi falta de energía que muchas veces me limito a poner el
piloto automático y a dejar que el devenir del tiempo y sus
acontecimientos guíen por mí la jornada del día. Suena vacío pero
en ocasiones puede resultar lo menos que relajante.
Nadie
nos dijo cuando nacimos cómo era esto de vivir, así que por esa
misma regla de tres todas las formas de hacerlo son igualmente
respetables. No nos convierte ni en mejores, ni en peores, tan sólo
en seres diferentes. Eso es algo que aún me queda por aprender de
entre tantas otras cosas, o eso quiero creer.
Una
mente no es fácil de entender, ni siquiera la mía. No,
definitivamente esta es la menos entendible de todas.
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