Sudor. Sudor por su cara, por su cuello, resbalando furioso por los poros de su piel, goteando por su mentón. Sudor y sangre por sus manos, temblorosas que sujetan el arma con fuerza, tanta que las yagas parecen arder bajo la empuñadura. Sangre en su labio a causa del frío y la ira, de la presión de la sangre que se bombea a rápida velocidad por sus venas. La ropa pasaba a ser piel y la piel pasaba a ser sudor. Aquel sonido de la carne, del crujir de lo que esconde bajo ella, sus astillas, su dolor, sus aullidos. Esto eras tú.
Por más que huyas, e intentes escapar. Por más puertas que creas abrir, y otras que creas cerrar tras tras tu paso acelerado. Por más días que dure la paz, y por toda la sangre que eso cueste, por mantenerla constante e intacta...No trascenderá, lo sabes bien. El odio no sabe bien al paladar, pero sacia la sed de quien a él acude. Al igual que la venganza, tiene un precio para aquel que desea su alianza. Al principio resulta nimio para las argucias que te preparas, para los golpes que planeas asestar. Te imaginas el éxito, volver a recobrar la fama que todo el mundo había olvidado y ya nadie conocía de ti. Regresar a tu puesto en la cima, o a tu condenación como los demás gustaban de llamar. Esa era la mejor recompensa a unas altas exigencias, condiciones, salvedades. No se borrará mientras tú no dejes que así suceda. Es como una droga eso de destrozar, de mutilar, de hundir almas humanas. En cierta forma, lo echabas de menos porque tú eras así.
Te perseguirá en sueños y en vigilias, a través de los planos del tiempo y el espacio, en aquellas ciudades donde el hombre nunca ha estado, donde habitan seres que nadie ha mirado a los ojos. Se te recordará tu pacto, aquel por el cual se te arrebató algo humano y por el cual recibiste la capacidad de fulminar a tus enemigos con tan sólo blandir una vez tu espada. Y te sentirás culpable, pero esa era la letra pequeña de tu maldición. Cortar el aliento por deber de contener el tuyo.
En esta vida, todo se puede considerar una lucha sin cuartel, en la cual siempre tendrás adversarios, enemigos, contrincantes que ansían obtener lo mismo que tú y que estarán dispuestos a todo para lograrlo. Una jungla de instintos, y movimientos audaces que no conllevan fuerza, sino ingenio, estrategia. Donde halles un amigo, dos detractores le seguirán. Donde alguien te tienda la mano, otro te hará caer. ¿En quién confiar, a quién creer, por quién apostar? ¿Qué garantías tienes de que hallarás buenos secuaces? Quizás ellos no sigan tu guerra, quizás tú en el fondo seas como ellos. Pero tú tienes, y has tenido siempre, un objetivo fijo: Decidiste luchar en contra de tu decisión, de tu estigma. Marcada pero rebelde, libre. Así eres tú.
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